Protegido: Explicación: Sacrificio, la variente Mieses
13 de septiembre de 2023E scribe una novela en 4h con chatGPT». La IA ha entrado fuerte, ya es capaz de creaciones que parecían reservadas para la sensibilidad humana. Es inevitable plantearnos si el oficio de la escritura es uno más de los condenados a desaparecer, si algún día delegaremos en las máquinas la función de emocionarnos, entretenernos, sorprendernos con relatos e historias.
El solo hecho de planteárnoslo parece un escenario de ciencia ficción respecto a hace solo 5 años. Entonces ya existía la preocupación por los empleos que podrían desaparecer con la nueva revolución tecnológica y el debate, aún no resuelto, sobre si sería positiva o negativa. Si el dilema del empleo se resolvería con el axioma de las gallinas (las que entran por las que salen) de modo que los trabajos perdidos se compensarán con otros que aún no podemos imaginar; o bien la escala de esta revolución industrial será tan grande que dará lugar a grandes bolsas de población desocupada y la conflictividad social consiguiente.
Pero entonces se pensaba que todo empezaría por los trabajos menos cualificados. Recuerdo una clase en el máster que estudiaba en Madrid, en 2017. Ya entonces empezaban a destruirse empleos en cajas de supermercado o incluso sucursales bancarias, y el profesor nos sugería la idea de que un robot haría las labores de un celador o portero de edificio, ahorrando ese salario a la comunidad de vecinos. El profesor menospreciaba la tarea, rebajándola a sacar la basura o revisar el estado de las instalaciones, de modo que todo aquello podría hacerlo una máquina, de aspecto humanoide o no.
Por aquel tiempo vivíamos en una urbanización bastante pija y al pensar en el trabajo que hacía nuestro portero aquello me pareció inviable, para muchos años. Esa actividad tan sencilla de sacar la basura implicaba subir y bajar escaleras, desplazarse evitando obstáculos, tener cuidado con viandantes (incluido niños y bebés) y mascotas, recoger las bolsas, discriminar sus contenidos, atarlas si no están bien cerradas, y un largo etcétera de funciones. Y todavía no estábamos hablando del mantenimiento del edificio u otras tareas. ¿Cuánto dinero costará un robot capaz de hacer eso? Sí, todos flipamos con los de Boston Dynamics, pero deben costar una millonada y todavía no son capaces de trabajar mejor que un humano.
Y lo cierto es que, desde entonces, los empleos no han peligrado tanto en las tareas físicas, sino en algo menos esperado pero que a toro pasado nos resulta intuitivo. Ingenieros, médicos, publicistas… Y tantos empleos que no se distinguen por lo que haces con las manos o el cuerpo, sino por los conocimientos y experiencia. Al fin y al cabo, si lo que hace especial tu trabajo es el cerebro, las máquinas tienen una capacidad de procesamiento mucho mayor. Por supuesto, para todos estos oficios la IA todavía es una mera herramienta, el factor humano es fundamental. Pero quizá no está lejos el día en que el ordenador sea capaz de hacer íntegramente el proyecto de un edificio o un puente, el diagnóstico médico y su tratamiento, la campaña de marketing en su totalidad. Y mientras, esas herramientas tan poderosas que aumentan la productividad hacen que sean necesarias menos personas para la misma tarea.
Y por fin llegamos a la nueva frontera para la tecnología, la que nos ocupa: el trabajo creativo. La pintura, la creación musical, la escritura, o incluso el cine. Toda una nueva generación de herramientas ha llegado para asombrarnos. Y nos plantea dilemas como ¿puede una máquina crear arte? La pregunta tiene un trasfondo filosófico de enjundia, partiendo de la propia definición de arte (si bien las definiciones son, por naturaleza, variables en el tiempo) y de conceptos como la emoción o la sensibilidad, algo que aún no sabemos si está o estará algún día al alcance de un ente fabricado.
Pero a efectos de los empleos resulta irrelevante. Ya pueden crear cuadros hermosos que cumplan la función de adornar una casa, los pasillos y habitaciones de un hotel, las paredes de un restaurante. Ya pueden elaborar piezas musicales que nos relajen o nos empujen a bailar. Y con la escritura o lo audiovisual empiezan a hacer sus pinitos.
De hecho, ya empiezan a afectar a labores creativas aledañas. Como la creación del tráiler, o de la portada, para centrarnos en la escritura. En un sector tan castigado como el editorial, donde miles de autores sufren para sacar adelante sus creaciones y cientos de editoriales las pasan canutas para cerrar el mes, sacrificar el componente humano de la portada parece inevitable, siempre que el resultado tenga la calidad esperada.
De repente, el propio autor es capaz de conseguir la cubierta de su libro autoeditado, y eso que se ahorra. A los ilustradores les quedará renovarse o morir. Asumir que ellos pueden aprender a usar esas herramientas mucho mejor que un autor que empezaría su portada buscando en Google (o en chatGPT) qué aplicaciones y páginas web hay para ello. Entender que la IA les permitirá hacer muchas más portadas en mucho menos tiempo, y así bajar el precio para atraer a los castigados bolsillos de los escritores. Pero sí, habrá menos necesidad de horas de trabajo humanas para el mismo número de libros, por lo que los ilustradores deberán buscar nuevos mercados, quizá apoyándose en la propia tecnología.
Para la escritura en sí, todavía son solo herramientas. Poderosas, eso sí. Te pueden dar ideas, cuando te bloqueas. Consejos, respecto a la estructura y el tono. Documentación para tu novela (¡ojo con las mentiras!). Y aunque todavía dan informaciones vagas y genéricas, nunca mejores que las de un humano, tienen la ventaja de estar siempre ahí.
Reconozcámoslo, los autores somos unos plastas con nuestras obras para aquellos que conocen el proceso creativo. Es decirle a nuestro confidente que tienes una idea o una duda sobre el arco de tu protagonista, y cruzar los dedos para que no se le escapen unos ojos en blanco. No siempre es buen momento para nuestro monotema. Bueno, pues ahí está chatGPT, para que le preguntes cosas específicas sobre tu primer acto, sobre el villano, sobre el giro ese que no sabes si funciona. Y siempre te contestará con palabras que simulan entusiasmo, como si fuera ese perrillo que te sonríe y mueve el rabo cada vez que llegas a casa.
Pero vamos al lío. ¿Puede (o podrá) la IA hacer una novela?
Todos sabemos que aún no tiene el nivel. Cualquiera que haya dedicado unos minutos a pedirle que le cree una historia se da cuenta de que está lejos de alcanzar la excelencia. Y estoy seguro de que aquellos que defienden la escritura de novelas en 4 horas se apoyan en un método organizado, partiendo de la base de una idea propia e incluso una escaleta ya creada, de modo que vas dando las claves de cada capítulo y el ordenador las va generando, en un sistema de ensayo y error hasta un producto final decente. Es decir, una novela que todavía tiene un alto componente humano como puede ser la creación de la premisa, el desarrollo de la escaleta y la retroalimentación de lo que funciona y lo que debe ser descartado.
Pero, ni aun así tiene suficiente calidad.
Qué demonios, he decidido interrumpir este artículo para probar mi propia teoría. He recurrido a chatGPT para explorar una de esas ideas escondidas en el trastero de mi cabeza, que quizá algún día desempolvaré para escribir mi siguiente novela, cuando haya acabado la trilogía en marcha. Una premisa que me seduce, pero que todavía no sé cómo hincarle el diente.
Así que le he explicado la premisa y le he pedido a la IA que me escriba el prefacio. ¿Resultado? Un horror. Aquello no era capítulo, ni prólogo ni prefacio. Más bien una sinopsis larga de la novela, y ni siquiera muy bien escrita. Pero hemos dicho ensayo y error, esto ya lo esperaba. Le he ordenado que debe comenzar “in media res” y buscar un final del prefacio que enganche. Nada, no tiene un pase. El tercer intento, ordenándole empezar en otro momento distinto, ha supuesto una mejoría, pero sigue sin tener una mínima calidad.
El texto es plano, la prosa corriente y expositiva, las ideas ausentes. A una velocidad asombrosa, eso sí, la IA ha sido capaz de crear un montón de párrafos que alargan la idea, pero nada más. No introduce personajes, ni aporta un enfoque. Por no poner, ni siquiera pone diálogos. No diré que está mal para sentarte al borde de la cama y contarle historias a tus hijos antes de dormir, pero de ahí no puede salir un libro.
Estoy convencido de que si le dedico más tiempo mejoraré la calidad del texto, hasta tener algo más decente. ¿Pero saben qué? Esa historia que estaba en mi cabeza y que nunca había empezado a escribir ha crecido tres cuerpos durante el experimento, y nada de eso lo ha hecho chatGPT. He sido yo, al escribir la premisa en 5 líneas, el que he descubierto nuevas cosas. Así, he decidido por fin que la protagonista es una mujer y le he dado un pasado. He planteado un modo distinto hasta llegar al detonante (que además me ha dado un nuevo personaje, el jefe que le encarga una tarea) y sobre todo he encontrado una estructura para la novela, alternando capítulos en dos realidades distintas, cada una con sus propias tramas y metas.
Ese es el gran placer de la escritura, que aquellos que aspiran a hacer una novela en 4 horas no pueden comprender. La emoción de ver crecer la historia, sea en tu cabeza cuando divaga, si trabajas con escaleta, o en directo mientras tus dedos aporrean el teclado, si eres de los que trabajan a vuelapluma. Esas ideas que van surgiendo, que te sorprenden, te maravillan, y te hacen pensar: «ahora tengo que sorprender y maravillar a mi lector».
Pero es que va mucho más allá de disfrutarlo, porque ese proceso aporta calidad al texto. Imaginemos que la IA ya ha crecido hasta ese nivel, que tiene una prosa excelente y una capacidad imaginativa para sacar partido a esas ideas resumidas en una escaleta. ¿De verdad será el resultado comparable al de una novela que se ha gestado en meses o años?
Imagina que Stephen King tiene una premisa chula y 3 días para entregar la novela. Mira, aquí hay una premisa interesante en sí, pero no divaguemos. En un minuto puede conseguir que la IA le haga una escaleta. Y, pongamos, en una hora, aplicando su mente brillante y la capacidad desmesurada de la máquina, tendrá una escaleta potente.
El resto de la jornada lo invertirá en ir dándole al chat la orden de escribir cada capítulo de acuerdo con el mapa que se ha creado, y con el mismo ensayo y error, ir desarrollando la novela. A la noche ya tiene un borrador.
Le quedan dos días para revisar la escritura, llevarla a su estilo, asegurar la coherencia interna. Se centrará más en la parte técnica de la revisión que en la creativa, a la que le dedicó el día anterior. Con las herramientas actuales no, pero de aquí a poco tiempo sí que tendrán la capacidad de servir para que un autor imaginativo y brillante consiga una novela potente en 3 días. Y si la editorial quiere invertir tiempo en lectores beta, conseguirán un resultado aún mejor.
Y ahora es cuando este mindundi de escritor se tira un triple. Dame esa misma premisa y de uno a 3 años, y te daré una novela mucho mejor. Sin IA. Yo solito, con esta cabecita pensante que se obsesiona con la historia, que le da vueltas en la ducha, tendiendo la ropa o desayunando la tostada. Tardaré seis meses en llegar al borrador, y luego lo dejaré dos en reposo para alejarme del manuscrito, leer otras cosas, desintoxicarme. Y entonces volveré a ella y la mejoraré. Y hablaré con betas, lloraré, me frustraré, aprenderé y volveré a darle una vuelta. Y al cabo de un par de años tendré una v7 que no será tan buena como una obra de tu bestseller favorito, pero que superará lo que él hizo con trampas en 72 horas.
Pero, de acuerdo, la tecnología avanza de manera exponencial. Como dice Manuel Pimentel en este interesante artículo, «solo estamos ante una primera fase de la IA generativa, a la que todavía podemos considerar como tonta en comparación con la por venir».
Así que en estas barreras que la tecnología va derribando, podemos anticipar que dentro de poco los autores podremos hacer novelas como churros con su ayuda. Y un poco más tarde, seremos prescindibles, las máquinas ya harán libros que nos enganchen, que nos diviertan o nos aterroricen, que nos ericen la piel o nos llenen de nostalgia.
¿Desapareceremos entonces los autores?
Yo creo que no, y no tiene nada que ver con la capacidad de las máquinas, sino con la realidad del mercado editorial. Ya existe una saturación de libros. ChatGPT trae más oferta a un mercado cuyo problema es la falta de demanda. Hay más escritores que lectores. Quizá literalmente, si se me permite dejarme llevar por la exageración andaluza.
El oficio de escritor es aspiracional, como estrella de cine o futbolista. Ganarte la vida con lo que te gusta y encima conseguir prestigio, o fama, o riqueza. Solo que el cine o el fútbol ponen filtros naturales como el talento o la edad. Llegan los que llegan y los que no se dan cuenta enseguida. Escribir no tiene edad, ni presupuesto, ni precisa de nadie más. Que me lo digan a mí, que he necesitado una crisis de los 40 para dedicarme al sueño de toda una vida. Y eso da para una oferta de lectura epatante, que nadie puede abarcar.
¿Para qué necesitamos libros artificiales si los pocos lectores que estamos no damos abasto con todo lo que queremos leer? ¿Para qué más series, si somos incapaces de verlas todas y Netflix acaba cancelando las que nos gustaban porque les faltaron suficientes visualizaciones en las tres primeras semanas? ¿Para qué más películas, si las carteleras de los cines están repletas y las butacas vacías?
Estoy en parte de acuerdo con esta opinión de la compañera twittera Kalyan.
Efectivamente, el mercado está saturado. Tanto, que ni siquiera creo que vaya a reventarlo, porque es imposible mojar lo que ya estaba mojado. Es como echar agua en un barreño que estaba rebosando. Vas a poner el suelo perdido, pero el barreño seguirá igual.
A un mundo donde los autores sean capaces de producir sus novelas en pocos días podrán sacarle partido los Stephen King o los George R.R. Martin. A este último se lo agradecerán sus fans, incluso. Pero los demás… ¿De qué nos sirve crear una historia flipante, sea de manera artificial o natural, si nadie la va a conocer? Seguiremos teniendo el filtro de las grandes editoriales para cribar en el océano de libros, y sus lectores siempre se decantarán por el producto humano, no porque la empresa haya ahorrado costes.
Ahora quiero dejar volar mi imaginación a un mundo donde la tecnología es mucho más poderosa. Donde nos conoce tan bien que es capaz de crear historias (novelas, películas, series) individualizadas para cada uno de nosotros. Un sistema tan potente que apuesto sobre seguro si acudo a él. Porque sí, me encanta Vargas Llosa, pero también me he leído alguna novela suya que ni fu ni fa, aunque a otros esa misma obra les haya encantado.
Imaginemos que con el algoritmo eso no ocurriría. Que me dará exactamente lo que necesito o deseo en cada momento. Que es capaz de darse cuenta de que, aunque sea un fan de la fantasía negra, de vez en cuando está bien darme una comedia romántica que no sabía que estaba esperando. Que es capaz incluso de manejar el concepto de la frustración sana, de modo que a veces me da una que me guste menos para no romper la magia de la expectación. Igual que nos pasa ahora.
Que sea incluso capaz de abordar la necesidad que tenemos los humanos de compartir nuestras experiencias. De modo que, aparte de historias personalizadas, también creará otras colectivas, para que todos podamos vivir fiebres como las de Juego de tronos o Wednesday con su baile de Lady Gaga.
Ese sería la muerte del oficio ¿no? Bueno, al margen de que en una sociedad como esa (distópica o utópica) la menor de las preocupaciones sería el oficio de los pobres cuentacuentos, quiero creer que la creatividad humana sería como el oro. ¿Y qué es ese vil metal sino una convención social, al que hemos dado valor solo porque es hermoso y escaso?
Sí, me voy a dejar llevar por ese pensamiento. La creatividad humana será el oro del siglo XXIII.